martes, 1 de noviembre de 2016

La lucha incesante contra los recuerdos

Tantos recuerdos, tantas palabras dichas, tantos momentos vividos, tantas sonrisas, tantas canciones escuchadas, tantas películas vistas, tantos llantos compartidos y tantas risas con lágrimas.
Ese "tanto" duele demasiado cuando la persona con la cual hemos vivido una parte importante de nuestra vida nos dice adiós. Y una parte de nosotros muere cuando de sus labios salen aquellas palabras de despedida. Se despide con un fuerte beso antes de irse. Y ese beso, significa que en sus labios, se lleva nuestra alma, nuestros sueños, la luz que ilumina nuestros días, se lleva la razón de nuestro vivir.
Deja la puerta abierta. Vemos como poco a poco se va desvaneciendo en la calle, el sonido de sus pasos alejándose de casa, vemos como su imagen se va haciendo tan pequeña como una fotografía. Sus pasos se escuchan cada vez más débiles. Y que al igual que se iba, una parte de nosotros se iba también. Finalmente el silencio entra por la puerta y ese escalofrío nos sacude el cuerpo. No escuchamos su voz. Nos quedamos por un largo tiempo mirando hacia la puerta, con la esperanza rota por si se arrepiente y vuelve corriendo a abrazarnos y decirnos, "es una estupidez irse, te quiero".
Empezamos a echar de menos hasta las peleas. Ahora tienen sentido aquellas discusiones que empezaban por la más mínima tontería. Nos sentimos vacíos. Tan vacíos que es prácticamente imposible cesar con esa angustia y acabar con ese nudo en la garganta que nos dice, ¿por qué no le detuviste? Pero a veces es imposible convencer a alguien de quedarse cuando lo único que quiere es irse.
La gente comienza a decirnos que olvidemos, porque no vale la pena. Pero que sabrán los demás todo lo que hemos vivido con esa persona.
Olvidar no está en nuestros planes, y que duela de esta forma tampoco. 

Por que a veces las heridas son el único recuerdo que nos queda de alguien, y quizá esa sea la razón por la cual decidimos no cerrarlas nunca. A pesar de ello, "nunca digas nunca".

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